En las pasadas semanas he tenido la fortuna de haber podido hablar frente a muchas personas en tres eventos diferentes. El primero, una plática sobre creatividad e innovación a diversas disciplinas, el segundo el decimo aniversario de lo que fue “mi” escuela de diseño y el tercero en la Ciudad de Guadalajara el pasado 25 de noviembre a diseñadores que temen tener un titulo de ingeniería en vez de la acostumbrada licenciatura. Hace ya varios años que entendí que pararse a hablar de lo que uno hace no deja tanto como cuando uno se enfoca en transmitir conocimiento para tratar de motivar a la audiencia considerando su peculiar circunstancia y por eso siempre que hablo en público trato de entender el contexto de la gente que me escuchará para poder decir cosas que hagan sentido. Es como escucharles primero para promover su escucha y debo de decir que hablar del “salto al vacío” es un tema que motiva a cualquier audiencia no solo porque abre perspectivas de ambición y “poder hacer” sino porque les hace recordar que cuando lo han hecho ha sido muy divertido. Con esta frase Nietzsche no descubre algo sino que hace evidente lo que es evidente pero que por alguna razón se nos ha olvidado. La llegada al mundo es un salto al vacío y el inicio de nuestro trascender y el shock debe de ser tan impresionante que lo primero que hacemos al llegar es llorar y si no lloramos, nos dan una nalgada para que quede clara nuestra nueva realidad. Saltamos de la nada a la nada para pasar cada día con la creencia de que hay algo y varias décadas después, si somos afortunados, terminamos la vida volviéndonos nada. Dormir es también pegar un salto al vacío y es como comenta Pablo Fernandez, entregarnos a la humanidad durante un tiempo en el que “dejamos de encargarnos del mundo”. Cada exhalación saltamos con la esperanza de que la aspiración vuelva y nos hemos inventado que amar es el salto que garantiza la existencia humana. Saltar al vacío significa entrarle de lleno a la incertidumbre tratando de convencer a la conciencia de que hay un destino aunque no lo haya, pero la mente no se deja engañar como la conciencia y es mucho más fácil engañar a la mente haciéndole creer que no hay vacío y que la vida es un caminar hacia lo seguro y lo controlado. Para lograr esto hemos ido estructurando nuestra vida alrededor de descubrimientos e inventos como, las llaves, las ondas de radio, los focos de los semáforos, las pilas, los barandales, los grifos de agua, las puertas, las llantas de refacción y el gas entubado en un primer nivel y las actas y los notarios, las escuelas y sus títulos profesionales, los seguros, los contratos de trabajo y las criptas en un segundo nivel. Todo eso al encender, prender, cerrar, reponer, detener, declarar, recordar, proteger, garantizar o avalar, nos está haciendo creer que sabemos lo que va a pasar, y lo creemos porque en efecto sí pasa, y es lo mágico del asunto, y pasa porque esta estudiado, repetido y probado, pero sobre todo porque todos en nuestra tribu lo creemos hasta que alguien, empezando por la naturaleza, rompe la armonía al romper un tubo, violar una chapa, tronar un cable, pasarse un alto, no pagar el boleto, reprobar un examen o no comprar llantas, viniendo entonces lo que llamamos accidentes o cosas inesperadas que nos hacen decir… “ay güey, que frágiles somos”. El conocimiento es también un conjunto de invenciones que nos dan la misma sensación de certidumbre que los objetos y los documentos antes mencionados. De hecho todos esos viene del conocimiento y es gracias a la repetición de esos modelos de conocimiento, de los que Descartes tiene mucha responsabilidad, que podemos sentir el control del futuro. De hecho, uno va a la escuela para aprender como repetir los modelos y así evitar decir el “ay gúey”, o en su defecto, concentrar en ese espacio la mayor cantidad de fallas y penalizarlas muy bien para que uno “aprenda”. La cosa es que todo el mundo anda pensando que sabe que forma tiene el futuro y cuando ven un poco de riesgo se ponen nerviosos y tratan de evadirse. Sir Ken Robinson dice que “los seres humanos nos pasamos proyectando el pasado en el futuro” y eso se ve en la mayoría de las profesiones quienes replican los modelos del pasado para garantizar el futuro y podría decirse que en el diseño no es así. Si bien el proceso se replica, lo que se busca siempre es un futuro diferente y eso da mucho miedo. Lo que tiene el diseño y su proceso y que muchas veces no explicamos a los clientes es que al igual que el arte y la ciencia, se vale equivocarse e inclusive, se busca equivocarse lo más pronto posible y que es este proceso de equivocación o como se dice más elegante, de validación la que nos hace creer que sabemos la forma del futuro. Como diseñadores no podemos dar certidumbre al futuro y eso debemos de tenerlo muy claro, porque si no, estaríamos igual que los candados o los seguros médicos. Lo que si podemos hacer es acelerar los errores en espacios libres de penalización para encontrar pronto la solución correcta. Con esto se puede hacer entender a las demás disciplinas que si bien la incertidumbre angustia, no todo lo incierto es verdaderamente peligroso.
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